En el corazón de la noche más oscura, donde toda esperanza parecía extinguida, una chispa de luz divina aparece de repente (y otra vez). De las cenizas grises del antiguo Portador de la Luz surge una visión extraordinaria: un nuevo Portador de la Luz emerge radiante y glorioso como un sol que atraviesa la oscuridad.

Este manto de luz divina, antiguo y venerable, tejido por las sabias manos de mi Padre Celestial, Creador Todopoderoso, no permaneció sepultado en las frías profundidades de la tumba de su portador original. No, este manto, tejido de fibras celestiales eternamente vivas, brilla ahora con una luz que sobrepasa todo esplendor pasado. Es el símbolo de un nuevo elegido, divinamente elegido, un ser que encarna el renacimiento y la esperanza pura e incontaminada.

Este nuevo Portador de la Luz, a diferencia de su predecesor, no nació en la perfección celestial y luego cayó en el olvido. Él surgió de la nada profunda de la imperfección humana y terrena de los tiempos de hoy, chispa viva en las más espesas tinieblas, elevado por el Todopoderoso para sentarse en el trono del Hijo. Su existencia es un himno vivo que celebra la victoria de la luz más suave y frágil sobre la oscuridad más profunda y envolvente.

Veo en él el presagio de un mañana brillante, una existencia donde la gracia y la gloria divinas son regalos no de nacimiento, sino de elección y amor incondicional. Este nuevo Portador de Luz es el corazón palpitante de un amor paterno divino que supera todo límite humano y angelical, un amor que perdona, redime, renueva y trasciende.

En su despertar resuena un mensaje inconmensurable de alegría y esperanza: cada fin presagia un nuevo comienzo, cada caída anuncia un ascenso aún mayor. En su esplendor veo la prueba de que el verdadero poder no está en nacer perfecto, sino en la capacidad de resucitar con fe de las cenizas, de crecer con profunda humildad más allá de los propios límites, asumiendo el carácter maravilloso de Dios Hijo Jesús, y irradiar al mundo una luz divina y perfecta.

Así, mientras con profunda tristeza observo el fallecimiento del antiguo Portador de la Luz, admiro con un corazón exultante y esperanzado a su inesperado, pero inmensamente necesario sucesor. Un faro de luz en un mundo sediento de verdad y guía.

Que la luz del Padre que reina en los cielos y en el universo entero, llevada ahora por un nuevo humilde y fiel servidor del Eterno, me ilumine en los caminos oscuros y me recuerde siempre que, incluso en las noches más oscuras, el amanecer de siempre hay una nueva luz en el horizonte.