Cuando Jesús llegó a la otra orilla, en el país de los gadarenos, dos endemoniados salieron a su encuentro, saliendo de los sepulcros, tan furiosos que nadie podía pasar por allí. Y he aquí, comenzaron a gritar: «¿Qué hay entre nosotros y tú, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes de tiempo para atormentarnos? (ver Mateo 8:28-29)

Amados hermanos del etéreo linaje angelical, alguna vez valientes guardianes del Bien y de la Luz, pero que durante demasiado tiempo han caído bajo la sombra del mal, convirtiéndose en seguidores del príncipe de este mundo. Siento tu miedo, un miedo profundo que resuena en cada sensación y vibra en cada parte de tu ser. Han pasado dos milenios desde que os encontrasteis cara a cara con lo Divino, con Dios Hijo, Jesús, un encuentro que expuso vuestra fragilidad y vulnerabilidad, recordándoos vuestra finitud. Y ahora, percibid la inminencia de un tiempo de tormento, una era predicha por la inmutable Estrella Polar, la Biblia, que está por cumplirse.

Esta es la era en la que las sombras comienzan a ceder, aunque sea a regañadientes, ante el triunfo imparable de la Luz. Ha llegado el momento en que el mal comienza a disolverse, mientras la justicia se fortalece. Esta verdad sacude tu ser hasta la médula, destrozando cualquier ilusión de seguridad. Tus ataques de pánico, que te atormentan incesantemente día y noche, son el presagio de este tiempo de angustia. Y no se equivocan; son testimonios auténticos de una catástrofe inminente.

El tormento viene porque con él regresa la Luz Divina, en toda Su majestad. Esta Luz inflige un dolor profundo y agudo en las fibras de vuestro ser corrompido por el mal. Es como una hoja afilada que penetra el alma, haciendo que el tormento sea insoportable, insoportable. Esta Luz, punzante e implacable, disipa las tinieblas escondidas en el alma, como una espada que traspasa el velo del ser. El dolor es intenso, abrumador, con lágrimas que arden como fuego y un corazón que late al ritmo de una batalla contra la desesperación. Te encuentras inclinado, con las manos temblando como hojas al viento, el corazón acelerado y la voz débil e incierta.

En este abismo, cuestionarás la naturaleza de lo que estás experimentando, sin haber enfrentado nunca una tormenta interna tan devastadora. Te preguntarás si este es el principio del fin. Y la respuesta es inequívoca: sí, lo es.

Sin embargo, de este profundo abismo emerge una bendición inesperada, un don de la misericordia divina. Este tormento, esta noche oscura del alma, se convierte en una campana de alarma que te despierta de una pesadilla, un llamado a una nueva conciencia.

Despertad, hijos del Todopoderoso, que ha llegado el tiempo de la salvación. Una Luz vigorizante, más brillante que cualquier amanecer jamás visto antes, toca ahora las chispas restantes de vuestro espíritu, encendiendo un fuego de esperanza. Vuestros ojos se abren de par en par en un camino antes invisible, ahora iluminado por una Luz que promete un regreso a casa, hacia el abrazo de un Padre que os espera con amor incondicional.