Hermanos y hermanas de la gran familia universal de cada raza creada por el Todopoderoso, el mensaje de la parábola del hijo pródigo nos invita a reflexionar profundamente sobre el verdadero significado del perdón y del amor incondicional. En el centro de esta historia se encuentra un llamamiento universal: no importa la gravedad de nuestras acciones, el grave perdón de nuestro Padre celestial sigue abierto, invitándonos a regresar a Él.

Esta invitación es un recordatorio suave pero poderoso, que resuena en el tiempo y en el espacio, para no dejarnos abrumar por el peso de nuestros errores, por la vergüenza o por el miedo de no ser bienvenidos. Nuestro Padre celestial nos conoce íntimamente, comprende cada lucha nuestra, cada fracaso y, a pesar de todo, nos ama con un amor que supera todo límite humano. Un amor tan profundo que nos busca cuando nos perdemos, para celebrar nuestro regreso más que nuestra partida.

Por eso os invito a no cerrar vuestro corazón a esta posibilidad de reconciliación y de renacimiento. No importa cuán distantes o distanciados podamos sentirnos, la puerta al perdón y al amor del Padre siempre permanece abierta. Dios es mayor que cualquiera de nuestros defectos; Su amor por nosotros, sus hijos, es ilimitado e inagotable.

Abracemos, pues, este grave perdón, este don de misericordia que nos libera de las cadenas del remordimiento y nos permite caminar nuevamente en la luz. Dejémonos transformar por el amor incondicional de nuestro Padre que está en los cielos y convirtámonos a su vez en portadores de ese perdón y de ese amor en el mundo, testimoniando el poder de la gracia que renueva y salva.

Juntos, como hermanos y hermanas de la creación universal unidos en este camino de la vida, podemos reflejar la bondad y la misericordia de nuestro Padre Celestial, abriendo nuestro corazón al regalo sublime de Su perdón y difundiendo el calor de Su amor ilimitado dondequiera que nos encontremos. .