El último siervo del todopoderoso es imparable.
Lo veo en el horizonte que aparece enfundado en una armadura que es maravillosamente resplandeciente y al mismo tiempo aterradora por el poder que irradia y el temor que infunde.

El último de los siervos es realmente irreconocible. Si, el resto y la mirada son suyos, es siempre él y su sonrisa pone la firma al reconocimiento facial. Pero todo lo demás en él es más grande, más poderoso, infinitamente más glorioso.
Tanto es así que todas las fuerzas de los principados de las tinieblas y de las potencias del mal parecen derretirse ante su presencia. Su orgullosa altivez se ha desvanecido por completo y su descarada agresividad se ha convertido en temblor, así como su sonora voz en balbuceo. Su respiración se vuelve agitada y cada poro de su piel comienza a sudar y a gotear sangre. El terror está literalmente esculpido en sus rostros y las pupilas de sus ojos están tan dilatadas que parecen estar al borde del colapso. No se dan cuenta, el miedo les ha quitado la última pizca de lucidez, pero su corazón acaba de ceder: está sufriendo un infarto.
Sí, porque su corazón palpitante está representado por su comandante en jefe, aquel que con su majestuosidad y belleza les inculcó a todos una falsa sensación de victoria e imbatibilidad. Pero su corazón palpitante ha dejado de infundir energía vital a todo el imperio satánico, habíendose convertido en su verdugo. Su fuente (¡pero solo aparentemente) de vida que decreta el fin de todos ellos.
La verdad ha salido a la luz, y ahora todo se cristaliza nítidamente ante los ojos de toda criatura viviente. Aquel que había prometido la elevación y el encumbramiento, la gloria y la inmortalidad no es más que un impostor mentiroso que ni siquiera puede salvarse a sí mismo. La verdadera iluminación es ésta: todo el mundo reconoce ahora que él representa el rebajamiento y la aniquilación más humillantes que se puedan imaginar.
Y en cambio, el que parecía un insignificante siervo del Creador, ahora destaca como un gigantesco guerrero en su presencia. Y su consternación llega a su punto álgido cuando comprueban que el que habían considerado como nada, no sólo se parece al antiguo esplendor de su “Gran Maestro”, sino que incluso lo supera en todo. Pero a diferencia de su líder, este siervo del Todopoderoso se ha quedado pequeño, de hecho muy pequeño en su ego, y con humildad y mansedumbre, y sin el menor signo de alegría o espíritu de venganza, observa su inexorable autodestrucción.
Esta es la criatura imparable e imbatible de la que hablan las antiguas profecías bíblicas desde hace milenios: el más pequeño de los hermanos de la raza humana, el que ha comprendido verdaderamente que sólo el Dios Creador Todopoderoso puede hacerlo todo y que nada puede impedirle llevar a cabo su plan (véase Job 42:2), el que ha demostrado ser el más humilde de todos.
Y este es el renacimiento de la raza humana encontrando su sello divino al volver a la imagen y semejanza de Dios Hijo Jesús y del Padre que está en el cielo.