Bajo el amanecer de un cielo que promete no luz sino misterios, me encuentro catapultado a un valle eterno, un inmenso campo de huesos humanos y angelicales, esparcidos bajo un velo de cielo gris que parece contener el aliento del universo. Siento la imponente presencia de lo Divino sobre mí, una fuerza inconmensurable que me guía a través de esta extensión de olvido y memoria perdida.

“¿Pueden estas reliquias olvidadas recuperar la vida?” Resuena una voz que no pide respuesta humana, portadora de un destino ya escrito en las estrellas.

Con una autoridad que sobrepasa los límites del tiempo, se me ordena hablar a este silencio sagrado: “¡Oh huesos perdidos en la eternidad, escuchad la voz del Todopoderoso!” Al pronunciar estas palabras, el aire se carga de una energía vibrante, preludio de un milagro. Por arte de magia, un susurro de vida comienza a bailar entre las sombras, huesos en busca de compañeros se juntan en un ritual ancestral. Músculos y carne envuelven lo inconcebible, bajo la mirada de quien todo lo ve.

Sin embargo, la esencia última, el espíritu, sigue ausente, el último ingrediente de un milagro pendiente. “¡Entonces, oh Espíritu de los Cuatro Vientos, insufla vida a estos centinelas del vacío!” Mi llamado cruza el umbral de lo imaginable, y un aliento antiguo responde, respirando existencia. Frente a mí toma forma un ejército de nuevas esperanzas, un océano de existencias redimidas del olvido, dispuestas a demostrar la majestuosidad de quienes las evocaron desde el silencio.

El Todopoderoso me confía nuevamente la palabra, un mensaje de renacimiento: “Estos huesos encarnan el alma de Mis criaturas errantes, que desde las profundidades del abandono claman por la redención. Pero Yo estoy aquí para restaurar la esperanza, para guiar a todos Mis hijos, humanos y angelicales, hacia el resplandor de Mi eterna promesa”.

Así, bajo mi voz, las tumbas se abren de par en par, revelando caminos hacia amaneceres nunca vistos. “Volveréis a encontrar la vida, porque he hablado en nombre del Todopoderoso y mi palabra será revelada”.

En esta escena donde lo sagrado se encuentra con lo terrenal, donde lo impensable se doblega ante la voluntad soberana, se abre un nuevo capítulo, bajo la mirada benevolente de quien todo lo puede, crear todo, amar sin fin.

(ver Ezequiel 37:1-14)