Literalmente, “sic parvis magna” significa “de cosas tan pequeñas a cosas tan grandes”. En otras palabras, “de orígenes humildes hacia grandes logros”.

Adán y Eva, de cuya creación nos habla el primer libro de la Biblia (el Génesis), mi estrella polar, habían sido creados a imagen y semejanza del Creador mismo. Orígenes poco modestos y decididamente poco humildes se podría afirmar hoy. Seres bellísimos que recordaban y reflejaban la imagen perfecta del arquitecto del universo entero. Los orígenes verdaderamente más nobles que se puedan imaginar en la creación entera.

Por desgracia la raza humana, a partir de sus primeros padres Adán y Eva, se alejó terriblemente de este status privilegiado. En consecuencia, el planeta entero comenzó a sufrir las consecuencias nefastas de tal alejamiento del Creador Dios, dador de la vida.

Y este inexorable declive y envejecimiento imparable es hoy dramáticamente nítido delante de mis ojos. Todo se marchita y todo pierde su vitalidad hasta el último epílogo, la muerte.

Pero lo que es imparable para mi criatura mortal con poder limitado, no lo es en absoluto para mi Padre que está en los cielos. Él es aquel que es estable, eterno y omnipotente. Tal ideador y creador del universo entero tiene en mente un regreso del pequeño, humilde, limitado, enfermo y cansado ser humano a su antiguo esplendor y más allá.

La raza humana está a punto de experimentar el ascenso más increíble que el universo entero haya vivido nunca. Y sus hechos se elevarán a grandes proezas nunca antes realizadas por ninguna criatura (ver Juan 14:12). Sí, el ser hoy reducido más que nunca a niveles bajos y humildes experimentará una elevación que ni siquiera la imaginación más ferviente podrá imaginar ni remota ni parcialmente.

Lo imposible pronto se hará posible. Lo más pequeño y humilde se convertirá pronto en lo más grande y glorioso, y las miserables hazañas realizadas hasta ahora serán sólo un recuerdo lejano porque serán reemplazadas por hazañas heroicas de inmenso valor. Estas grandes hazañas recordarán y reflejarán las obras y milagros de Dios el Hijo Jesús, durante su corta estadía en este planeta y serán una anticipación de la perfección que me aguardará en el cielo.

La raza humana, desafortunadamente no en su totalidad sino limitada a aquellos que aman y anhelan la perfección del carácter divino, pasará de su actual estado humilde al esplendor más glorioso que un ser creado haya tenido el honor de recibir como regalo. Y todas las otras razas creadas por Dios el Creador observarán con máxima atención y con la respiración contenida tal ensalzamiento, constatando con inmenso estupor la absoluta similitud de esta raza, una vez rebelde, fea y enferma, con el propio Creador, reflejando fielmente el carácter, así como la luz divina que emana del trono del Todopoderoso.

Tal metamorfosis será un enigma para el universo entero, pero al mismo también un gozo inmenso que los acercará (incluida la raza angélica) como nunca antes a su Dios, Creador y Padre. Así, la antigua profecía bíblica de Malaquías 4:6 se hará realidad de manera completa y universal, en la que se prefigura el giro del corazón de los hijos hacia los padres, y en última instancia hacia el Padre universal.

 

Sí, aquellos de la raza humana que han renunciado a su rebelión abrazando el carácter divino de su padre que los ha esperado durante tanto tiempo, tendrán en el cielo sus ropas más blancas, sus rostros más brillantes, sus coronas más relucientes y los caracteres más bellos en absoluto. Ellos serán, como ni siquiera Adán y Eva lo fueron al momento de su creación, a imagen y semejanza del Dios Creador, Rey de reyes y Señor de Señores.