Caído eres, oh tirano sanguinario, artesano del sufrimiento. El Creador del universo ha hecho añicos tu dominio del terror. Tu luz ilusoria, que te revestía de divinidad, ha sido despojada, dejándote vulnerable y mortal. Antes eras un verdugo implacable, una sombra de terror que infundía un miedo profundo, pero ahora yaces vulnerable, un mero trofeo para los buitres. Tu figura, reducida a un espantapájaros inerte, ahora ni siquiera inspira temor a los más humildes gorriones.

El inframundo se retuerce ante tu llegada. Las almas de tus soldados desaparecidos te miran con ojos vacíos. Aquella majestuosidad que una vez brilló yace ahora envuelta y sofocada en un manto de gusanos.

Y pensar que una vez aspiraste a desafiar al Dios Creador Todopoderoso. Soñaste con reinos celestiales, pero caíste en un abismo de deshonor y muerte. El Arquitecto del universo ha decretado el fin de tu nombre. Tus tierras son ahora un desierto de cenizas y huesos, tus sueños se desvanecieron como el humo, y tu otrora devoto ejército ahora te odia y desprecia.

Tus generales, antaño leales, ahora contemplan atónitos tu miseria. Tu ejército, deslumbrado por tu falsa luz, tiembla ante tu despojada vulnerabilidad. Se preguntan cómo pueden seguir a un dios falso, a una mera criatura mortal llena de mentiras. Los reyes descansan en tumbas majestuosas, pero ellos yacen en el olvido, engañados y abandonados. Una cruel ironía, un final humillante. ¿Qué venganza te infligirán por las falsas esperanzas y las vacías ilusiones de gloria?

En tu dominio de sombras, ahora reducido a un mero susurro, tus consejeros conspiran y traman en las sombras más profundas. Es obvio para todos y cada uno de ellos que quien te ha seguido está destinado a sufrir dramáticas consecuencias por tu desastrosa afición a la autodestrucción. Preguntas insidiosas se arrastran y ramifican en el aire lleno de tensión: ¿quién ascenderá a tu trono (de arena, ed.)? ¿Cuál será el momento oportuno para deponerte? Y, ¿de qué manera se repartirán lo que quede de ti?

Innumerables de aquellos a los que consideras tus más íntimos y fieles compañeros en la desgracia (pues amigos verdaderos nunca has tenido ni tendrás) se mueven a tu alrededor como hienas, chacales y buitres, asediando lo que queda de ti. Estos se preparan para disputarse lo que queda, deseosos de alimentarse de tu ser en cuanto, aún vivo, te encuentres sin fuerzas para defenderte y resistir.

En el corazón de Matrix reina el caos, el terror, el desorden absoluto. El apocalipsis psicológico desatado por tu repentina y total aniquilación está devastando a tus seguidores. El corazón de Matrix, antes palpitante y vibrante, yace ahora indefenso, afectado por un paro cardíaco colectivo. La sangre que una vez corrió por sus venas ha dejado de existir. La visión de tu antaño formidable, intrépido y radiante dios, envuelto en un manto de majestad divina, ahora reducido a un ser tembloroso, desnudo, sucio y balbuceante en un rincón oscuro, ha causado una conmoción irreparable. Sus fieles están destrozados, perdidos en un abismo de desesperación del que nunca más saldrán. Matrix, tal como la conozco, está irrevocablemente destruida. La profecía de un final apocalíptico, anunciada hace milenios en antiguos textos bíblicos, se ha cumplido en toda su terrible verdad.

Contemplo un reino destruido, un paisaje de muerte y sombras, borrado de la memoria del tiempo. (véase Isaías 14: 3-23)