Bajo los cielos que alguna vez fueron tuyos, portador de luz,

Caíste en las sombras de un sueño perdido.

“Tú eras el sello de la perfección”, susurró Ezekiel,

“Lleno de sabiduría y perfecto en belleza”.

 

En el Edén caminaste, entre gemas engastadas,

Esmeraldas y oro, bajo tus pies brillaban.

Un querubín con alas de fuego, gloriosamente creado,

En la montaña santa del Creador caminaste, venerado.

 

Pero la perversidad anidada en tu corazón real,

Y con ello corrompiste tu sabiduría y esplendor.

“Caerás del cielo”, te advirtió tu papá, “por tu fatal error,

Te conviertes en cenizas bajo las miradas que se dirigen a ti.”

 

Isaías, en su lamento, observó tu decadencia,

“¡Cómo caíste del cielo, oh lucero de la mañana!”

En la montaña de la asamblea soñaste escalar,

Pero en el hoyo, en el olvido, te vieron terminar.

 

Una vez príncipe de príncipes, ahora un sueño desaparecido,

Una canción olvidada, en ecos perdidos.

La tierra descansa, el cielo se aclara,

Y el cedro del Líbano ya no tiembla al pasar.

 

Los reyes de las naciones te miran asombrados,

“¿Éste es el que sacudió la tierra con furia?”

Pero ahora mientes, una sombra entre sombras,

Cubierto de gusanos, en tu tumba solitaria.

 

Una vez alto entre las estrellas, ahora yaces abatido,

Tu luz, un recuerdo apagado, en el tiempo perdido.

“Lightbringer, ¿dónde están tus alas ahora?”

El mundo pregunta, en tu silencio, bajo las estrellas silenciosas.