La odisea épica para sanar el universo

En esta saga cósmica, la parábola del hijo pródigo, narrada por Jesús, se eleva a un misterio universal. Cada criatura, humana o angelical, que se ha alejado del Creador, puede encontrar el camino a casa, a la luz original que una vez brilló en su corazón.

El Creador, con Su fuerza omnipotente y benevolente, emerge como el gran Sanador, el único capaz de restaurar el orden primordial. Su presencia es como un faro en medio de la tormenta cósmica, una promesa de salvación y renacimiento.

De hecho, la parábola del hijo pródigo que Jesús me contó hace dos mil años no se refiere sólo a los hijos pródigos de la raza humana, sino a TODOS los hijos pródigos de cualquier raza creada por el Todopoderoso. Todos podemos volver al Padre y experimentar su perdón, o en otras palabras, su cercanía y curación.

Mi epifanía es que la batalla contra este mal no es una guerra contra criaturas malvadas, sino una odisea épica para sanar el universo mismo. Los ángeles caídos, los demonios, no son enemigos que deben ser destruidos, sino hermanos y hermanas perdidos porque están infectados por un virus terrible y, por lo tanto, también necesitan curación y redención.

Así, la lucha contra el virus se convierte en un viaje épico, atravesando las estrellas y los reinos ocultos del universo entero. Cada criatura, ya sea ángel o humano, debe emprender un peregrinaje interior, una búsqueda para redescubrir su verdadero yo, para liberarse de las cadenas de oscuridad que lo envuelven.

La conclusión de esta narración épica no es sólo la derrota de un mal ancestral, sino un despertar universal, un renacimiento de la luz, el amor y la armonía. La pandemia interplanetaria del mal, la más grande y terrible jamás conocida en el universo, está destinada a terminar, no con destrucción, sino con liberación, sanación y redención.

Me siento como un observador embelesado de esta sinfonía cósmica, conmocionado pero lleno de esperanza ilimitada. El virus, aunque envuelto en un aura de poder inconmensurable, está destinado a ser derrotado. Cada corazón, en cada rincón del universo, puede ser liberado, redimido de su oscura prisión. Esto no es sólo un cambio, sino una revolución del ser, un nuevo amanecer para cada criatura, en cada realidad.

Estoy sorprendida, pero feliz. El virus es vencible y cualquiera puede librarse de él. Esta pandemia interplanetaria ha llegado a su epílogo.